martes, 19 de mayo de 2015

Temo soltar las historias reconstruidas en pedacitos porque me asusta que se me deshilvane la vida sin darme cuenta: mi hijo sonríe algunos días soleados y juega a que habita en esta historia. Por qué habría de comerme también a su madre, esa que soy yo deshilachándome porque no sé cómo asirme a mi propia vida.

¿Cómo me agarro fuerte? No soy distinta de la niña que algún día sintió que le crecía la mano después de llorar por días enteros el abandono de la madre. Soy también esa que evitan y sumergen en el silencio y la distancia para ver si puede ahogar con ella la tristeza tan grande que se carga: invasiva y creciente, llena las paredes de la casa y llama la atención de los curiosos.


No noté cuándo comenzó a tornarse todo tan extraño e incomprensible, pasé horas completas repitiendo una palabra para llenar el silencio, hasta que abandoné el sentido para existir y flotar en pedazos cerquita de la voz que habita el pensamiento.

Alguna tarde el perro tomó la decisión de encerrarme: mamá decidió llevarme porque ladró incansable mirándome a los ojos. Le dí miedo.